lunes, 17 de noviembre de 2008

La Obra del Espíritu Santo en el Hombre


La fantástica obra del Espíritu Santo en el hombre, puede ser entendida de una mejor forma al analizar cada uno de los pasos que nos revela la Biblia. Encontramos en nuestro viaje teológico diversos eventos tales como: convicción, regeneración o nuevo nacimiento, la morada del Espíritu en el creyente, la santificación y el revestimiento de poder.

A continuación analizaremos brevemente cada uno de estos pasos:

1. Convicción: El Espíritu Santo convence al hombre que es pecador y que necesita de Jesucristo como su salvador, esta es una operación interna del Espíritu en el hombre y provoca el arrepentimiento que es el primer paso a la salvación. Es por la convicción ministrada por el Espíritu, en el corazón del oyente, que el mensaje evangelístico surte efecto.

“Y cuando él venga convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mi, de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; Y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” Jn. 16:8-11.

2. Regeneración o Nuevo Nacimiento: Jn. 3:5-8; 1 Jn. 5:1 La vida espiritual comienza cuando el hombre toma profunda conciencia de que es un ser pecador, y que no puede salvarse a sí mismo (por sus propios medios); además de entender y creer que es Jesús el “único” que lo puede salvar. Entonces al aceptarlo, y proclamarlo como Salvador personal, viene el Espíritu Santo y lo regenera, haciéndolo nacer de nuevo (nacer a la vida espiritual). “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él” 1 Jn. 5:1.

La regeneración es más que una doctrina, es una experiencia espiritual práctica, es un acto glorioso del poder de Dios para transformar la naturaleza pecaminosa del hombre, y hacerlo nacer a la vida y naturaleza de Dios.

3. Morada en el Creyente:

Tras el nuevo nacimiento, el Espíritu Santo viene a hacer morada en el creyente en forma permanente, como un sello de propiedad que nos da la seguridad de ser “hijos de Dios”, nuestro cuerpo se convierte en un templo vivo para la permanencia del Espíritu. 1 Co. 6:19; 2 Ti. 1:14.

“El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce, pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” Juan 14:17.

“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo no es de él”. Ro. 8:9.

4. La Santificación: La obra santificadora del Espíritu Santo en el hombre comprende dos aspectos: la santificación imputada por Cristo y también la santificación como proceso espiritual del creyente. Ro. 15:16; 1 Tés. 5:23.

a) La Santificación Imputada o Instantánea.

Al creer en Cristo y recibirle como personal Salvador provoca el perdón instantáneo y completo de todos nuestros pecados cometidos hasta ese minuto. Por fe somos lavados con la sangre de nuestro Señor Jesucristo. en ese momento pasamos a ser “santos” ante los ojos de Dios, puesto que la santidad de Cristo se nos ha sido conferida, “imputada” por su gracia y misericordia. Ahora pasamos a ser pueblo santo por lo que el Padre al mirarnos nos ve limpios, debido a que lo hace a través de su Hijo, es el Espíritu Santo quien opera este proceso espiritual en nuestras vidas (es el Espíritu de adopción). “A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” 1 Co. 1:2.

b) La Santificación como Proceso.

Si bien es cierto se conserva vigente el concepto de santidad imputada por Cristo en el creyente, es también un “proceso”, una forma de vida guiada por el Espíritu Santo en el hombre, a fin de que sea apartado para Dios haciendo morir en él las obras de la carne y forjar el carácter espiritual.

El proceso de santificación dura toda la vida del creyente, y sólo se interrumpe con la muerte. Luego el cristiano es dotado de una nueva estatura espiritual en la glorificación del cuerpo y de la mente, siendo inmortal y superior a lo que es ahora, con el fin de estar en la presencia de Dios por la eternidad. “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo...” 1 P. 1:2

La operación del Espíritu Santo es progresiva, comenzando desde el interior del creyente a lo externo, cambiando la forma de pensar de las personas, de sentir y actuar. Al comienzo el Espíritu permite algunas situaciones que son incompatibles con naturaleza regenerada, mas luego, gradualmente, las irá corrigiendo y eliminando una por una, hasta afinar aún los pequeños detalles de nuestra vida. En este proceso de Santificación, es donde podemos ver la manifestación del fruto del Espíritu actuando en forma gradual, en la medida que nuestro carácter cristiano va madurando.

5. El revestimiento de poder en el cristiano (Bautismo en el Espíritu Santo)

“ Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo..” Hch. 1:8a.

Sin duda, es necesario que el cristiano avance en el formidable potencial espiritual que se encuentra en el Espíritu Santo. Desde los días del profeta Joel surge la promesa de un derramamiento general y masivo del Espíritu, el que comenzó a cumplirse fielmente en el día de Pentecostés, cuando estaban reunidos en el aposento alto cerca de 120 discípulos, unánimes orando y esperando el precioso don de Cristo, su Espíritu. La unción no se hizo esperar más y cayó sobre ellos como un bautismo de “fuego y poder”, el que transformó radicalmente sus vidas, se habían convertido en poderosos y eficaces instrumentos divinos que glorificaban a Dios. Hch. 2:1-21.

EL BAUTISMO Y LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

“Porque Juan ciertamente bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días” Hch. 1:5 (traducción del autor).

Notemos la exactitud de esta promesa que vemos cumplida en Hch. 2:3-4, en que lenguas de fuego (fuego espiritual) se asentaban sobre cada creyente siendo bautizados y llenos del Espíritu Santo. Tras esto en la ciudad de Samaria, Pedro y Juan, imponían las manos a los nuevos creyentes para que también recibieran el Espíritu divino. Hch. 8:15-17.

Es bien conocido el episodio en la casa del centurión romano de nombre Cornelio, de la compañía la “italiana”. Mientras el Apóstol Pedro daba testimonio de Cristo, el Espíritu Santo cayó sobre todos los oyentes y hablaron en lenguas y magnificaban a Dios, acontecimiento que abría ampliamente la obra y manifestación espiritual en los gentiles, siendo un claro inicio de la evangelización universal Hch. 10:44-48.

En el capítulo diecinueve del libro de los Hechos, vemos al apóstol Pablo en acción predicando a los discípulos de Efeso acerca del recibimiento del Espíritu, tras esto les impuso las manos y recibiendo ellos el bautismo en el Espíritu comenzaron a hablar en lenguas y aún profetizaban. Hch. 19:1-6.

Normalmente encontramos una señal que acompaña al bautismo en el Espíritu Sano, y es hablar en “lenguas” (idiomas no aprendidos), se le denomina “evidencia” o prueba; como hemos mencionado anteriormente. Nos detendremos un poco para analizar la evidencia del Bautismo en el Espíritu Santo:

El valor de las lenguas en su uso personal:

a) Nos permite hablar con Dios. 1 Co. 14:2.

“Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie le entiende, porque por el Espíritu habla misterios”.

b) Nos edificamos por medio de ellas. Co. 14:4

El que habla lengua extraña, a sí mismo se edifica, pero el que profetiza, edifica a la iglesia”.

c) Oramos en el espíritu. 1 Co. 14:14.

“Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora...”

d) Podemos expresar las maravillas de Dios. Hch. 2:11

“... Les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”.

e) Magnificamos a Dios. Hch. 10:46.

“Porque les oían que hablaban y que magnificaban a Dios”.

f) Bendecir y agradecer. 1 Co. 14:16

“Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿Cómo dará el amén a tu acción de gracias?, pues no sabe lo que has dicho”.

Una de las experiencias más maravillosas en la vida del creyente es la llenura del Espíritu Santo, el cual se derrama sobre nosotros, nos cubre y nos nutre. En dicha operación somos fortalecidos con nuevo vigor y poder espiritual. “No os embriaguéis con vino en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. Ef. 5:18.

Cuanto más estrecha es la comunión que tengamos con Cristo por medio de una vida de santidad en el Espíritu, mayor y más continua será la experiencia de la llenura, por lo que es preciso una renunciación diaria a la vida carnal y/o mundana, y tener un profundo apego a las cosas espirituales. La Palabra de Dios nos aconseja despojarnos de pecado, y ser fieles hasta lograr la meta. “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” Heb. 12:1.

Es equivocado pensar que el creyente nacido de nuevo podrá vivir una vida “plena” en el Espíritu tan sólo con el bautismo en el Espíritu Santo, es preciso el experimentar la “llenura fresca” y diaria que nos mantendrá vivos y fuertes.

La llenura del Espíritu viene sólo por la santificación, mediante la consagración personal. Si Cristo es nuestro Salvador entonces debemos también adorarle con profundo amor, con oración y súplica.

Hemos estudiado que Cristo rogó al Padre para que fuese enviado a nosotros el Espíritu Santo, el que nos acompaña y nos guía, nos reviste de poder, nos ayuda orando con gemidos indecibles, es el Consolador, el que glorifica a Jesús nuestro Redentor. Es importante resaltar que la labor del Espíritu es invisible, y que se manifiesta también en los asuntos visibles; lo maravilloso es que aún siendo tan grande y poderoso no nos pide que le adoremos directamente, más bien nos ayuda a adorar a quien le envío, a Jesucristo. porque una de sus funciones es glorificar a Cristo y conducir a la iglesia al Salvador.

La unción en Jesucristo: (Su comisión ministerial)

Las Sagradas Escrituras nos revelan como el supremo “Ungido” a Cristo Jesús, no por casualidad el título “Mesías” significa ungido. Jn. 1:41.

“...Dará poder a su Rey, y exaltará el poderío de su Ungido” 1 S. 2:10

En Cristo el propósito de su comisión es claro y se revela en Isaías capítulo 61, lo que representa una fiel plantilla para el desarrollo evangelístico y ministerial de la iglesia:

“El Espíritu del Santo está sobre mí, porque me ha ungido Jehová, para llevar buenas nuevas a los pobres, para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; Para proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de la venganza del Dios nuestro, para consolar a los que lloran; Para ordenar que a los afligidos de Sión se les dé diadema en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alabanza en lugar de espíritu abatido; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya”. Is. 61:1-3 (R. V. Rev. 1977, Clie.).

“La unción es tanto la comisión de un ministerio o labor específica, como la gracia divina para que el creyente lo realice con éxito”.