lunes, 17 de noviembre de 2008

Pecados Contra el Espíritu Santo


Tal vez este es el capítulo más difícil de escribir, debido a lo trascendente del tema y de la escasez de información bíblica del particular. No obstante quise incluirlo en un capítulo independiente porque creo que de otro modo nuestra perspectiva del Espíritu quedaría incompleta.

No podemos negar que la fuente de nuestros sentimientos y conceptos morales, nos han sido heredados por Dios en su proceso creativo, por tanto, no debe sorprendernos que la personalidad del Espíritu Santo presente sentimientos similares a los nuestros, tales como alegría, paz y amor. Además el ser afectado por la tristeza, la indiferencia y el menosprecio.

Acerca de los diversos pecados posibles de cometer contra el Espíritu, mencionaremos los siguientes:

1. Contristar: Muchas veces intencionalmente o no podemos contristar (entristecer) al Espíritu Santo, con nuestros malos pensamientos y obras o simplemente al desobedecer a Dios.

“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención”. Ef. 4:30.

Las relaciones interpersonales siempre son difíciles, debido a lo complejo de cada individuo, y esto se hace más complicado al pensar que el hombre está sujeto a su naturaleza caída, en la que pugnan las fuerzas del bien y del mal. El escritor bíblico señala: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena” Ro. 7:15-16.

En nuestra lucha diaria contra las tentaciones, y la mundanalidad, suele romperse la armonía con el Espíritu Santo, quien por su naturaleza divina, su completa santidad y su elevado amor por los hombres, se entristece con la actividad pecaminosa humana. A muchos cristianos les sucede que aunque perseveran en la fe y en la participación de la vida de la iglesia, sus vidas no siempre rebosan de gozo, y parecen cargar con un vacío en el corazón. Esto bien puede responder a que el cristiano aún no rompe con algún pecado oculto, falta de arrepentimiento o devoción a Dios. Esto provoca que el Espíritu Santo sufra por nosotros y se “retire” paulatinamente, es decir, auto limita su mover en nuestras vidas.




2. Mentir: El mentir al Espíritu Santo es considerado algo grave y peligroso en la Palabra de Dios, podemos notarlo por ejemplo en el relato referente a los creyentes de nombres Ananías y Safira, que se habían confabulado en engañar sobre el precio de venta de la heredad que entregaban como ofrenda. Mintiendo al Apóstol Pedro y a la iglesia, por consiguiente a Dios mismo, lo que ameritó que fueran ejemplarmente muertos por el poder de Dios.

“Y dijo Pedro: Ananías ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo y sustrajeses del precio de la heredad?”. Hch. 5:3.

Este triste episodio nos muestra dos grandes verdades: La primera es que mentir a Dios es muy delicado, porque se ofende la esencia misma de la verdad. Jesús mismo dice: “ Yo soy el camino la verdad y la vida” Jn. 14:6 y también “ El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce, pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” Jn. 14:17.

Dios siempre ha tomado la iniciativa de entregar al hombre el conocimiento de la verdad, quien resulta ser “él mismo”, con el fin de que la persona no se extravíe por sendas de error y falacia.

Apagar: Hemos estudiado que el Espíritu Santo es simbolizado por el fuego, por medio de esta figura podemos comprender mejor el resultado de ser apagado en nosotros, y no debemos pensar que puede ser apagado en el sentido de terminarlo o cortar su vida, sino más bien que el poder y su presencia ardiente en nosotros es debilitada e incluso retirada del todo a causa de nuestra mala conducta. “No apaguéis al Espíritu ”. 1 Tés. 5:19.

La carencia del Espíritu en el hombre, es la carencia de Dios, con todo lo que involucra. Si el Espíritu es luz, paz, armonía y vida, su ausencia trae oscuridad, impaciencia, confusión y muerte eterna. El salmista David al reconocer su debilidad espiritual clama al Señor diciendo: “No retires de mí tu Santo Espíritu” Salmo 51:11. Teniendo plena conciencia que el pecado tenía la facultad de alejar al hombre de la comunión y gracia espiritual y dejarlo en la penumbra y vacuidad.

3. Resistir: Es oponerse a la obra y/o a la presencia propia del Espíritu Divino.
“ ¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo...” Hch. 7:51.

Siempre han existido enemigos de la obra de Dios y de su reino, son ellos quienes con un corazón impío resisten al Espíritu y a la Iglesia. Ciertamente esta actitud es sumamente reprochable por el Señor y de ninguna forma debe hallarse en el corazón de un verdadero creyente.




4. Blasfemar: Es sin lugar a dudas el “pecado” de los pecados, pues es de carácter “imperdonable” de parte de Dios. La blasfemia contra el Espíritu Santo es enérgicamente condenada por Dios en la Biblia.

“Por tanto os digo: todo pecado y blasfemia será perdonada a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu Santo no le será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado, pero al que hable contra el Espíritu Santo no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero”. Mateo 12:31-32.

Definir que es exactamente la blasfemia contra el Espíritu no es tan fácil, por lo que presentaremos tres posturas teológicas que se manejan en el mundo evangélico, y son:

Primero hay quienes aseguran que la blasfemia es atribuir a la obra del Espíritu, ya sea sanidad, milagros o expulsión de demonios, a una actividad realizada por Satanás, es decir, que una obra sobrenatural genuina de Dios, sea atribuida al poder del enemigo. Esta postura está extraída del contexto que se desarrolla en el episodio en que Jesús sana a un endemoniado en medio de una muchedumbre en la que se encontraban los fariseos, quienes murmuraban entre sí, diciendo que Jesús echaba fuera demonios por medio de un poder satánico. Jesucristo conociendo sus cavilaciones los descubre afirmando:

“Pero si por el Espíritu de Dios echo fuera demonios, ciertamente ha llegado el reino de Dios, por tanto os digo: todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada” Mt. 12: 28, 31.

Otra posición es que la blasfemia es maldecir deliberada y conscientemente a la persona del Espíritu, fundamentándose en el texto que dice: ”A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero el que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.” Mt. 12:32

Por último, mencionaremos que la blasfemia como pecado imperdonable, es el no arrepentimiento. Debido a que es imposible que Dios puede perdonar al hombre de sus pecados, cualquiera sea este, si primero no se arrepiente, La sangre de Cristo y todo el proceso redentor exigen ineludiblemente que exista un reconocimiento personal del pecado y su urgente necesidad de perdón divino; de no ser así, se convierte en una situación imperdonable. El Espíritu Santo en dicho caso no puede cumplir su labor regeneradora.

La postura del autor se inclina por la segunda opción, creyendo que Dios Padre e Hijo, en forma soberana deciden no perdonar las ofensas deliberadas, cuando el hombre en abierta rebeldía maldice al Espíritu divino.




El Espíritu, por su humildad y profundo amor, su eterno poder y buena voluntad, representa fielmente el corazón de Dios y la poderosa realidad de un Señor “inaccesible”, pero que se humilla voluntariamente al entendimiento y sentir humano, para sacarlo del abismo de pecado y sentarlo en lugares celestiales. Cuando el hombre resuelve llevar una vida profana y profundamente irreverente hacia Dios y en plena conciencia de afrenta al Espíritu de Gracia, se convierte en reo eterno de su pecado y no tendrá parte con su Hacedor.